Llegó, con su lengua pegada al paladar. Le preguntaron qué le había pasado, donde había estado, pero solo escucharon su silencio. En ese mismo momento, metió su mano temblorosa en una mochila ajada y llena de arena, de la que sacó papeles desordenados llenos de tachones.
Sus palabras fueron estas.

viernes, 24 de febrero de 2012

Harapos de arena

El cielo sigue siendo azul para el esclavo fustigado por el latigo del guardia. Aunque caiga al suelo abrasador del desierto matutino de bruces, mientras sus lágrimas riegan un oasis a modo de espejismo que ningún peregrino sediento podrá mirar, el cielo no ha tornado su color azul.
¿Qué le importa al ser encadenado conducido a través del desierto que el cielo tenga un nuevo color?
¿Qué me importa a mi, condenado poeta, que los nuevos rimadores compongan gestas festivas para contentar a un pueblo abandonado a la miseria irreductible de la incultura?
Tan solo se quiere recuperar lo arrebatado, lo perdido por nuestra rebeldía injustificada, por nuestra escapista degeneración. Tan sólo quiero recuperar mi lírica pesimista, mis errores métricos y mi musa, sin importarme cual de ellas es la wue de nuevo me es concedida. El esclavo tan sólo quiere seguir viendo el cielo azul, ese mismo cielo azul que reinaba el día de su captura, de las flagelaciones y los golpes certeros en sus costillas por parte de los guardias delante de su hijo. Sí, el sigue viendo ese mismo cielo azul que reinaba el día en el que aún era medianamente libre.
La caravana del yugo continúa su travesía por el desierto, deseando no vestir harapos de arena para siempre, bajo un cielo, que por ahora, sigue siendo azul.

domingo, 19 de febrero de 2012

Despidiéndome del pasado

La sombra de las rejas sobre mi rostro llegan con el nuevo día, pero mi mente sigue anclada en la penumbra de la culpabilidad, en la penumbra de esta última noche, la noche de mi castigo. Soy culpable, es cierto, pero... ¿Quién está dispuesto a cargar con los grilletes de un pecado ajeno?
A pesar de todas mis reflexiones, aún sintiéndose mis tobillos ajenos a las cadenas otorgadas, aún considerándome los violadores, asesinos y ladrones ajeno a su condición de esclavos, el látigo arranca la carne de mi espalda, ajena a estos pies llagados por el roce de la arena del desierto que no pueden caminar.
El camino es largo y en el horizonte, desierto, insondable desierto.
Recuerdo, siendo niño, que sentado sobre el pozo del pueblo, observaba como a través del infinito desierto arrastraban sus cuerpos las hileras de esclavos.
Recuerdo cuando miraba con curiosidad las celdas al aire libre en Nínive y sus raidos inquilinos.
Tal vez sea mejor ser consecuente a todos mis actos, pensar solamente en mi presente y ser ajeno a mis recuerdos.

miércoles, 1 de febrero de 2012

La noticia

Majestuosa, como una diosa de ébano, la puerta de palacio daba paso a un edén de ambrosía y otros néctares, pero las rudas palabras del centinela frenaron mi zancada.

-Poeta, le esperaba impaciente, usted no es de faltar a sus citas.
Contesté animosamente al guardia, ante su interrupción:
-Aunque la noche se vista con bruma, las estrellas siguen estando en el mismo sitio que las miré ayer.
Una mueca de victoria se estableció en la comisura de los labios del centinela. Sacó de su fardel una tablilla, tan fría, que mi cuerpo se congeló a su contacto. Y el centinela sentenció:
-Mañana las estrellas las verás en lugares diferentes a los de costumbre.

Oh Sardanápalo, que magnífico eres: a pesar de haber criticado tu reinado, me perdonas la vida, pero mi vida la mandas donde la muerte mora.

-Exilio, poeta. Tal vez tus pies puedan atravesar de nuevo esta puerta

Y la diosa de ébano se mantiene indolente mientras un par de guardias me arrastran hacia un calabozo.