La sombra de las rejas sobre mi rostro llegan con el nuevo día, pero mi mente sigue anclada en la penumbra de la culpabilidad, en la penumbra de esta última noche, la noche de mi castigo. Soy culpable, es cierto, pero... ¿Quién está dispuesto a cargar con los grilletes de un pecado ajeno?
A pesar de todas mis reflexiones, aún sintiéndose mis tobillos ajenos a las cadenas otorgadas, aún considerándome los violadores, asesinos y ladrones ajeno a su condición de esclavos, el látigo arranca la carne de mi espalda, ajena a estos pies llagados por el roce de la arena del desierto que no pueden caminar.
El camino es largo y en el horizonte, desierto, insondable desierto.
Recuerdo, siendo niño, que sentado sobre el pozo del pueblo, observaba como a través del infinito desierto arrastraban sus cuerpos las hileras de esclavos.
Recuerdo cuando miraba con curiosidad las celdas al aire libre en Nínive y sus raidos inquilinos.
Tal vez sea mejor ser consecuente a todos mis actos, pensar solamente en mi presente y ser ajeno a mis recuerdos.
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