Llegó, con su lengua pegada al paladar. Le preguntaron qué le había pasado, donde había estado, pero solo escucharon su silencio. En ese mismo momento, metió su mano temblorosa en una mochila ajada y llena de arena, de la que sacó papeles desordenados llenos de tachones.
Sus palabras fueron estas.

viernes, 30 de marzo de 2012

Naturaleza desértica

Como si de una escolopendra lisiada se tratase, la caravana de esclavos se desliza a través de las dunas del desierto; unas piernas son largas, otras cortas. Unos pies son grandes, otros pequeños. Unas plantas apoyan los dedos, otras el talón.

Sin embargo, las herrumbrosas cadenas con su arrítmico tintineo nos hacen iguales: Presos.

Como si fuese un crótalo esquizofrénico, puede ser que veas a alguno sonreir, a otro llorar, al de más allá maldecir y a aquel hablar simplemente, mientras el sol del mediodía chamusca nuestra piel, mientras los mosquitos se alimentan de nosotros con sus punzantes trompas.

Sin embargo, el látigo escribe en escarlata un mismo nombre en nuestras espaldas: Esclavos.

Como las púas rotas de un cactús moribundo, se intentan clavar nuestras esperanzas a la vida o al futuro o a cualquier sueño banal. Algunas se rompen, otras no llegan a rozar con su extremo y otras se desclavan de la piel curtida de la fortuna.

Sin embargo, todos creen que caminamos por el mismo desierto de nombre funesto: Justicia.

Yo no.

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